Néstor Y. Sánchez Islas.
Desde el momento de su aparición en el mundo de la política y la movilización social, viviendo una doble vida, López Obrador construyó una imagen de moralidad y justicia que, al paso del tiempo, fue más fuerte que cualquier discurso en contra. Se ufanaba de que todo le resbalaba y, en más de una ocasión, en su mañanera, llegó a equipararse en grado de santidad a Jesucristo. Al último de sus hijos le puso un nombre simbólico: Jesús por Jesucristo y Ernesto por el Che Guevara.
Mientras por un lado a los ojos del público aparecía como un redentor, en las sombras construyó una red de complicidades con gente de la peor ralea. No importaba, la lucha por el poder todo lo justificaba.
Hoy, en el séptimo año de la transformación, la realidad nos está mostrando la otra cara del obradorismo. Una cara siniestra que ya no puede ser ocultada detrás de una pureza que nunca existió.
“No somos iguales. Oposición moralmente derrotada. Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan… El presidente se entera de todos los grandes negocios y transas que se hacen en el país. Se acabó el “huachicol”. En México no se produce fentanilo”. Son algunas de las frases que machaconamente repitió él y sus corifeos, algunos a sueldo y otros ofrecidos que gratuitamente reprodujeron por todos los medios la falsa imagen de honorabilidad,
Fueron unos pocos años de gloria, de ser inalcanzable, de hacernos creer que era el mejor presidente de la Historia de México, de escuchar a sus seguidores que, por cualquier pretexto, gritaban que era un honor estar con Obrador mientras se envolvían en la bandera de la soberanía y el patrioterismo barato. Quienes nos atrevimos a criticarlo fuimos víctimas de acoso digital por negarnos a compartir la falacia del obradorismo como símbolo de moralidad y austeridad casi religiosa.
Junto a él creció la clase política que hoy detenta el poder y, asimilando las propias palabras del redentor, siguieron su ejemplo como él lo decía. El resultado hoy lo vemos en cada escándalo que sale a la luz: ladrones, corruptos, mentirosos y, sobre todo resentidos y cínicos.
El recuento de este verano incluye a Alfonso Romo, su jefe de gabinete como un lavador de dinero. Adán Augusto, su Secretario de Gobernación como aliado de La Barredora. Al Almirante Ojeda, su Secretario de Marina como el “huachicolero” mayor. Y de ahí, hacia abajo, Ricardo Monreal, Pío, Pedro Haces, Noroña, Rubén Rocha Moya, Américo Villareal, Layda Sansores o hasta sus propios hijos.
Del idealismo a la corrupción. Es un ciclo recurrente en la historia política. Un movimiento o líder emerge con una promesa de cambio radical, denunciando las injusticias y la corrupción del sistema establecido. Se presentan como los salvadores, los redentores que van a limpiar la podredumbre política y a restaurar la justicia social. Sus discursos, llenos de pasión y moralidad, conectan con la frustración y la esperanza de la ciudadanía, que ve en ellos una salida a sus problemas. La gente les confiere su confianza, esperando que actúen de manera diferente a sus predecesores.
El obradorismo, una vez en el poder, cambió su supuesta lucha por el bien común por la lucha por el beneficio personal. Sus ideales, si alguna vez los tuvieron, se diluyeron ante los billetes que ahora presumen. Señalaron al avión presidencial como símbolo de la opulencia de los neoliberales, pero hoy viajan en los mejores aviones, se hospedan en los mas caros hoteles y degustan las viandas más sofisticadas como sultanes de la transformación.
Lo que alguna vez fue presentado como un proyecto ético para transformar al país, hoy enfrenta cuestionamientos por reproducir los mismos vicios del sistema que prometía erradicar. Lo que prometió como una ruptura con los viejos vicios se transformó en una reedición, corregida y aumentada de los viejos esquemas de poder.
Los obradoristas que hoy aparecen en los medios no lo hacen por su logros o méritos de excelencia sino por los escándalos en cada uno se mete al exhibir su ostentoso estilo de vida. Par mi como probablemente para muchos, el obradorismo es símbolo de inmoralidad.
LA REVOCACION NO ANDA EN BURRO.
Curándose en salud, el gobernador del estado anunció que se someterá a la nefasta medida de revocación de mandato, una medida hecha para tontos que alguna vez creyeron que el pueblo manda. Teniendo cada gobernador los hilos del poder y el control del dinero, no habrá forma de realizar un ejercicio libre y transparente. Mientras tanto y por sí las moscas, ya mandó a sus borregos del Congreso a modificar la Constitución para hacer de este ejercicio digno del populismo tropical oaxaqueño, una misión casi imposible de cumplir. Por lo pronto y para no correr riesgos, va la revocación a modo como buenos obradoristas.
