Néstor Y. Sánchez Islas
“¿Cómo que no le hicieron fiesta a su hija? Seguro no tienen dinero, seguro no la quieren, seguro no cumplieron.
¿Qué dirán sí no le hago una gran fiesta de quince años”? Esa pregunta tantas veces escuchada esconde detrás un rito tan fuerte que condiciona la conducta de muchas personas.
La historia se cuenta hasta en películas. Existe varios ejemplos de dramas en donde el padre de familia, apesadumbrado por el qué dirán, pide prestado, comete un fraude, roba, se mete de delincuente, se disfraza o hace mil malabares para conseguir los recursos que le permitan apantallar a sus vecinos organizando una gran fiesta que va más allá de sus posibilidades.
No tiene suficientes recursos y, en lugar de atender otras prioridades, se enloquece dejándose llevar únicamente por las apariencias. Puede no tener casa propia, poseer otras deudas, faltarle dinero para las colegiaturas de otros hijos o hasta para llegar al fin de quincena, pero la fiesta de los quince años será su prioridad. En su cabeza, su lugar en la historia quedará inscrito con letras de oro en la memoria de sus invitados gracias a una prioridad que no lo era.
El ritual de los quince años, de origen religioso, se ha convertido en un escaparate social. El temor al juicio social se transforma en una pesada carga financiera y compromete el futuro económico de la familia. Todo raciocinio económico desaparece ante el peso del famoso “qué dirán”. Nuestra ciudad capital está ante una situación similar. No tiene recursos, pero quiere gastar en un edificio que nadie ha pedido, que a nadie le hace falta, pero que servirá para el qué dirán en materia política.
La capital, como todo el país, tiene muchas prioridades. Se repite aquí la locura faraónica de López Obrador que, pensando que se elevará a los altares de la patria construyendo obras que a nadie sirven, olvidan lo básico. En el caso local, la ciudad está llena de prioridades que necesitan los casi 2 mil millones de pesos que se piensan gastar en una edificio que colapsará el área urbana de esa parte de la ciudad: consumo de agua, de energía, de espacios de estacionamiento, entre otros. A cambio, convertirán el lugar en área de ambulantaje, protestas, plantones y bloqueos. ¿La ciudad necesito eso?
Lo que aquí escribo y lo que cientos expresan en redes sociales no los harán cambiar de opinión, sin embargo, para la historia debe quedar testimonio del rechazo a una obra que carece de prioridad pública, aunque si la tiene como gran negocio de quienes participarán en la ingeniería financiera.
No existe racionalidad alguna en las cuentas del monto de ahorro en rentas ni en el valor del edificio que, después de 20 años, pasará a ser propiedad del ayuntamiento porque ese patrimonio no podrá enajenarse en caso necesario.
Deberían pensar las autoridades en el gran rechazo que existe hacia ellos. Están como locos buscando exprimir al ciudadano. Ya sea con operativos viales a tontas y locas sin ningún objetivo más que el de obtener millones de pesos en multas. El costo de los derechos que cobran es exorbitante comparado con lo que en servicios nos devuelve. Prediales, continuación de operaciones, permisos de obra, catastro y todos los casi 800 trámites de su catálogo están por las nubes en una ciudad en donde la economía en más de un 80 % está en la informalidad. La autoridad en lugar de favorecer la actividad económica la entorpece, pero aún así, busca cobrar cada día más y más.
El sentido común nos dice algo muy sencillo: sí el ayuntamiento usa 90 centavos de cada peso en su gasto corriente para el pago de su abultada nómina de casi 5 mil empleados y en cinco o seis sindicatos con prestaciones y pensiones, los necesarios ahorros deberían hacerlos reduciendo el gasto corriente y priorizando los servicios urbanos.
En muchos gobiernos de México y América Latina, las prioridades no se definen a partir de un análisis serio de necesidades sociales, sino de la lógica de la apariencia y la inmediatez política. Así como algunas familias se endeudan para celebrar una fiesta de quince años con el único fin de no quedar mal frente a la comunidad, muchos gobiernos se embarcan en megaproyectos, monumentos u obras “emblemáticas” que tienen más de espectáculo que de utilidad real.
El patrón es el mismo: se prioriza lo que puede ser fotografiado por encima de lo que realmente podría transformar las condiciones de vida. Cual padre irresponsable, la autoridad municipal prefiere el endeudamiento a la racionalidad.
DISCRIMINACIÓN.
El gobierno tiene la ocurrencia de poner nombres en zapoteco. Sin embargo, nuestra tierra es origen de 15 lenguas maternas: Amuzgo, Chatino, Chinanteco, Chocholteco, Chontal, Cuicateco, Huave, Ixcateco, Mazateco, Mixe, Mixteco, Náhuatl, Triqui, Zapoteco, Zoque. ¿Cuándo rotularán con todas ellas sus obras y ocurrencias?
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