Néstor Y. Sánchez Islas*
La paradoja es evidente y escandalosa: las viejas carreteras y obras de hace décadas, construidas con menos tecnología y recursos siguen funcionando; mientras que la obras del presente, celebradas con toda la pompa del segundo piso de la corrupción, se derrumban en cuestión de meses o, quedan a medio hacer. Tenemos dos casos de vergüenza: la supercarretera Mitla–Tehuantepec, inaugurada con fanfarrias para después quedar abandonada tras el colapso del túnel El Tornillo y la remodelación del Mercado de Abasto con el enorme daño que ha generado en esa gran zona comercial. Lo que debían ser símbolos de desarrollo terminaron convertidos en monumentos a la incompetencia y la corrupción.
La supercarretera Oaxaca-Istmo tardó años en construirse, acumuló sobrecostos y, en la urgencia de un gobierno desesperado por mostrar resultados, inaugurada precipitadamente. Millones de oaxaqueños creímos de buena fe que el gobierno había cumplido, que se detonaría la economía, se reducirían tiempos de traslado y mejorarían las condiciones sociales de la región. Las lluvias no tardaron en mostrar la realidad: un proyecto mal planeado, mal ejecutado y peor supervisado.
La ingeniería civil en México es de las mejores del mundo, pero los políticos que gobiernas son de lo peor. El colapso nos muestra el desprecio gubernamental por la ingeniería y su amor por la improvisación. Construir un túnel en una zona con evidente inestabilidad geológica exige estudios serios, mitigaciones profundas y decisiones responsables. Nada de eso se hizo porque para AMLO, y ahora su sucesora, gobernar no tiene ciencia y, construir carreteras mucho menos. Así es la mediocridad de los populistas mexicanos.
Y la respuesta del gobierno ha sido disfrazar su negligencia y salir con la ocurrencia de construir un viaducto, de soluciones futuras que no llegan y, la realidad es que la obra quedó en el abandono, sin certeza de cuándo volverá a estar en operación. Mientras tanto, las comunidades que serían beneficiadas han quedado aisladas otra vez y transportistas y comerciantes deben recurrir a rutas viejas, peligrosas y lentas. Todo mientras el gobierno guarda silencio, como si la carretera no hubiera costado miles de millones de pesos y no hubiera sido presentada como un logro histórico.
Este episodio revela un patrón que Oaxaca conoce bien: obras públicas construidas más para la fotografía que para el servicio real. La lógica de “inaugurar primero, resolver después” está tan normalizada que ya forma parte del paisaje político. En este modelo, la ingeniería es secundaria; lo primordial es cortar el listón. Así se explican los puentes que se caen, los caminos que se deshacen al primer aguacero, las obras incompletas que se dejan pudrir a lo largo del estado. La corrupción no siempre se muestra como un desvío evidente; a veces se manifiesta en forma de negligencia técnica, prisas artificiales y decisiones que sacrifican la seguridad por beneficios políticos.
No hay manera de no hacer comparaciones. Las viejas obras, puentes, carreteras o mercados, con todo y su precariedad, siguen funcionando. Y no es ningún secreto. Se construyeron con una mentalidad distinta: servir a la gente antes que servir al político en turno. El sistema populista y su lógica tienen la lógica invertida. La construcción de infraestructura es más un instrumento de propaganda que una obra al servicio de la gente. Ahí están las obras faraónicas que, sin enormes subsidios, no podrían funcionar. Es más importante la foto y el corte del listón para el político que la funcionalidad de la obra. Lo primero le llena los bolsillos, lo segundo no le importa.
En la Central de Abasto, la obra abandonada por añosadquiere vigencia esta semana no porque el presidente municipal haya ido a echarla a andar otra vez sino porque su promotor, Román Meyer Falcón, extitular de la SEDATU, fue acusado por otro prominente miembro de la 4T, Pedro Salmerón, como corrupto porque, al igual que el mercado, dejó la obra del Archivo General Agrario en la CDMX en lo mismo: a medias. “Ya no seguiré callando” le dijo Salmerón, y se lo dijo claramente: corrupto. En el caso oaxaqueño el daño no se limita a la zona del pan y la rapiña ya desatada entre los líderes por los espacios que estarán disponibles, sino que el daño es a toda el área. La última calle de Las Casas lleva casi tres años cerrada y el estacionamiento es un caos de puestos, basura e insalubridad.
Merecemos obras que duren más que un sexenio, no monumentos a la ineptitud. Las obras del pasado nos recuerdan que, incluso con menos recursos, se puede construir. Estas obras no son un caso aislado: son el síntoma de un gobierno que prefiere los anuncios a los resultados y que ha hecho de la simulación una forma de gobierno.
