Néstor Y. Sánchez Islas
Hablar de Chiapas no es hablar de un territorio lejano y ajeno, mucho menos cuando se habla del crimen organizado que no reconoce fronteras políticas. Arde Chiapas y con ellos parte de Oaxaca, por lo menos todo el territorio a lo largo y ancho del corredor transístmico.
Como estado fronterizo que es, Chiapas es un atractivo natural para todo tipo de actividades ilícitas. Desde el contrabando de mercancías hasta la trata de personas. El paso de drogas y armas es tema histórico en esa entidad.
A partir del levantamiento zapatista de 1994 y la creación de supuestos territorios autónomos la situación se agudizó. Los chiapanecos sabían, era un secreto a voces que por esas tierras en las que no permitían la presencia de autoridades del Estado mexicano, se traficaba con drogas, armas y personas. Durante años, los criminales se manejaron con un perfil relativamente discreto.
La llegada de esta administración federal y su tolerancia hacia los criminales a través de la política de Estado de “abrazos y no balazos” resultó para ellos una invitación para actuar como en el norte, de manera abierta, violenta e impune.
Chiapas vive días de narcoterrorismo, es un desafío abierto al Estado mexicano. Los desplazados que antes lo fueron por los paramilitares y cuestiones de índole religiosa ahora lo son por los criminales que les quitan sus ranchos y ganado. Ya hubo un atentado con artefacto explosivo y ahora un secuestro de rehenes por parte de un grupo criminal para obligar al Estado a negociar con ellos ante el cártel rival. La respuesta oficial del gobierno mexicano en voz del presidente en su mañanera fue: “Pórtense bien o los acuso con sus padres y abuelos”.
La violencia ha ido en aumento. Esta año ha habido crímenes atroces y balaceras casi en el mismo centro histórico de San Cristóbal de las Casas, que hoy ocupa, después de Cancún, el segundo lugar en venta y consumo de drogas a nivel nacional. Los “motonetos”, parte del cártel indígena de los chamulas, se tundieron a balazos durante horas y no llegó ni policía ni ejército. En otra balacera de película, hace unos meses, en Jiquipilas, muy cerca de Cintalapa hubo un encuentro a balazos que duró casi 24 horas y, también, la ausencia de autoridades fue evidente. Cintalapa es la puerta de entrada a los Chimalapas desde territorio chiapaneco. ¿Cómo no quieren que creamos que existe complicidad entre gobierno y criminales?
El crimen no sabe si los límites políticos de Oaxaca se quedan en Chahuites, no le interesa en donde termina una entidad y comienza otra. El territorio en disputa entre los cárteles en Chiapas abarca Oaxaca y traerán aquí toda la violencia que consideren necesaria para sus negocios y, por ello mismo, el istmo está sumido en un baño de sangre, con un agravante criminal: el huachicol que se genera gracias a Pemex, sus ductos y refinería de Salina Cruz.
De acuerdo con el gobierno y dicho por el mismo presidente, “vamos requetebién”, que no es más un simulacro de la realidad que ya lo alcanzó en este su quinto año de gobierno. Y la realidad nos dice que toda esa violencia la tendremos en nuestro vecindario muy pronto. Es posible por varias razones: la cercanía geográfica con Chiapas, las necesidades de los criminales y el hecho de que estemos gobernador por un movimiento ideológico que está creando un sistema político que es abiertamente tolerante, y podría ser cómplice, con los malandros mientras éstos le ayuden a mantenerse en el poder, ya sea con dinero, con armas o infundiendo terror para controlar a una sociedad inerme y sin medios de defensa.
Vivir en la “Mátrix” creada por este movimiento es vivir en la simulación. En su mundo son más importantes los símbolos que la realidad de las cosas. No les importa el hecho sino su significado, un significado que ellos otorgan arbitrariamente de las cosas, lo que en buen español quiere decir que todo lo tuercen a su conveniencia.
El presidente nos hace una representación de la realidad que se sobrepone a la realidad misma. Cada mañana inventa un país que copian y repiten sus devotos. Pero no hay plazo que no se cumpla. El fin está cerca y no habrá forma de negar los hechos.
La esperanza de un cambio con la llegada de AMLO se esfumó. Parafraseando a John Ackerman hablando del PRIAN en 2016, pero que parece que se refiere a ellos mismos hoy: “resultaron más de lo mismo, no nos llevaron a un mejor sistema democrático, las elecciones están controladas por el narco hay compra y coacción del voto al por mayor, el dinero fluye sin control, las instituciones electorales se hacen de la vista gorda, asesinan a periodistas, desaparecen a jóvenes, reprimen y asesinan a maestros, esto no es democracia y lo sabemos y lo palpamos”.
A pesar de que al escribir este texto se estaba dando la liberación de los rehenes en Chiapas el desafío ahí quedó, doblaron al Estado y, su política pública en seguridad, una vez más, quedó exhibida como un fracaso.
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