Diego Enrique Osorno*
Unos años antes de la entrevista con Luis de Tavira en las instalaciones abandonadas de la fábrica Marinos, regresé a la Carmen Romano para buscar locaciones de una serie de ficción que estaba escribiendo en ese entonces. Quería nutrir el guion con algunos recuerdos que iban y venían en mi mente.
Aparte de los trenes descarrilados, otra cosa que recordaba de mi niñez por esos lares eran las rústicas tartanas que salían de esa colonia hacia todo San Nicolás para recoger basura a cambio de un módico precio, buscar cachivaches y pepenar papel, aluminio, fierro y otros materiales de reciclaje.
Como niño era emocionante ver caballos andando frente a la casa o pasando por nuestras calles, aunque había señoras que nos advertían que no nos acercáramos mucho, porque los propietarios nos podían robar. En mi barrio, no era el viejo del costal el coco con el que nos asustaban los mayores, sino el “señor del carretón”.
Cuando volví a la Carmen Romano junto al genial Bebo Cantú para buscar inspiración y posibles locaciones, temía que la modernidad regiomontana hubiera desaparecido a los carretoneros. No solo constatamos que este oficio sobrevivía: descubrí una majestuosa escena colectiva ante decenas de carretones estacionados junto a las vías del tren para que sus conductores tuvieran una especie de asamblea en la que comentaban su jornada semanal y se ponían de acuerdo sobre las rutas que recorrerían los días siguientes.
Era todo un espectáculo para mí ver por primera vez juntos alrededor de 50 humildes carretas de mi infancia con sus respectivos caballos y tripulantes en las orillas ferroviarias discutiendo, madreándose y bromeando.
Aquel guion, como otros, se quedó en el cajón.
***
Tras salir del seminario jesuita para estudiar en la UNAM, las primeras actividades estudiantiles de Luis de Tavira no fueron en un salón de clases, sino en la plaza de Tlatelolco, incluyendo la Marcha del Silencio de 1968.
Y cuando finalmente volvieron las clases y se activó poco a poco la herida vida cultural universitaria, De Tavira encontró al Teatro.
O fue encontrado por éste, como prefiere pensarlo: “Me topé ahí con maestros prodigiosos, sin cuyo encuentro mi vida no habría sido la que es, y así fue como llegué al teatro. Yo no lo elegí: yo lo obedecí.
¿Cómo era el teatro de esos años?
El teatro universitario era, de alguna manera, el detonante de la renovación teatral del teatro mexicano. Ahí estaban los grandes maestros fundadores de la modernidad teatral, como Héctor Mendoza, Juan José Egurrola, o José Luis Ibáñe…, quienes fueron mis maestros.
¿Y qué sucedió con su compromiso jesuita?
Con el tiempo, la propia Iglesia cambió y La Compañía cambió. Sucede que, a la prematura muerte del Papa Paulo VI, que era quien debía continuar la aplicación del Concilio, eligen otro Papa que era el Patriarca de Venecia, que vivó 30 días en el papado y después nombran a Wojtyła (Juan Pablo II), que venía con un impulso absolutamente contrario para detener todo el vendaval de lo que se venía como transformación y a poner un alto y a tratar de volver a los tiempos anteriores.
A la Compañía de Jesús la descabezó: le puso un vicario externo y comenzaron a echar para atrás estos proyectos, estos experimentos en los que yo me encontraba, entonces, cuando a mí me dijeron que se acabó, que esto ya no va y te tienes que ir a estudiar a Roma las escrituras, dije que no. Yo no estaba jugando, yo tomé esto en serio, yo no siento que esto sea así, ustedes son los que están cambiando. Yo seré fiel a lo que he encontrado aquí y para mi el compromiso con el teatro y la comunidad, la gente de teatro, iba en serio, por lo me quedé en el teatro.
¿Cómo procesó esta decisión tan trascendente a nivel personal y espiritual?
Yo creo que lo que buscaba —y lo que pienso que buscan todos los que reciben el impulso de la fe y todo esto—, no es la obediencia de una institución burocrática. No se trata de eso. Era justamente de lo que se trataba de superar, por tanto, a mí no me afectó dejar a una institución burocrática. Yo he intentado ser fiel a lo que me sentí llamado y, bueno, yo sigo haciendo lo mismo, tal cual, exactamente lo mismo, ahí me he quedado.
Y es ahí donde yo veo eso que uno cree que elige, pero en realidad es elegido, y lo que a uno le toca es obedecer y uno va encontrando que todo tiene sentido, que uno hace lo que tiene que estar haciendo y que el teatro, que es un campo tan diverso, te va colocando en tu lugar.
Tampoco a mí se me hubiera ocurrido ser director y, sin embargo, ahí me puso el teatro. Lo que mejor empecé a hacer y conseguir era lo que conseguí como director. El teatro me puso allí, pero no quería decir que no pudiera yo haberme dedicado a la actuación, pero lo que mejor hacía era la dirección, que es otro punto de vista y también, eventualmente, la composición dramática, es decir la tarea dramatúrgica.
Siempre ha habido quien dirija, pero la dirección de escena, como la puesta en escena implicó recuperar al teatro de una visión que surgió en la Enciclopedia y se confundió esto con la literatura. Aquella visión decía que el teatro es un género literario, pero no: el teatro es el arte más antiguo de todos, es muchísimo muy anterior a la literatura. La literatura se inventa propiamente en el siglo XVII-XVIII, cuando puede haber libros, es decir, antes no había sociedad de lectores, porque no había libros, hasta que la revolución industrial comienza a producir libros y comienza a existir la posibilidad de una sociedad que lee libros, pero antes no era así.
Literatura viene de “litera”, pero los poetas épicos y dramáticos no escribieron literatura. Homero escribió cantos. Lo que compusieron los trágicos y los primeros comediógrafos fue algo que se entendía al ser oído en el aquí y ahora vivo de la reunión escénica y, bueno, después viene este como predominio de la historia, en donde todo ha de tener una historia, es decir: Heggel cambió del agnosticismo metafísico que nos dejó Kant y lo encontró en la historia, entonces, todo es historia, todo debe de tener historia, todo es histórico y el teatro no es historigrafiable, el teatro no es el resto, el documento que queda… El teatro es la vida, es como la vida: no son historigrafiables y entonces, lo que se ha hecho es hacer historias de la literatura dramática al grado de confundir al teatro con la literatura.
En ese sentido, la llegada del cine también desafía al teatro…
Desde luego, con la llegada del cine y con la llegada del radio y luego de la televisión, el teatro quedó condenado a muerte. Cuando yo llegué al teatro ya se había firmado el acta de defunción del teatro. Decían que iba a desaparecer, que no tiene nada que hacer, pero es justamente en los años sesenta cuando viene una eclosión, prodigiosa de experimentos, que son salidas de emergencias para recuperar la vitalidad del teatro, del que surge un poderosísimo teatro que cambia su relación con la sociedad, porque no se puede entender el teatro nunca sin su relación con la sociedad.
El teatro dejó de hacer cosas que empezó a hacer el cine, o que después empezó a hacer la televisión y el teatro empezó a recuperar su autonomía como arte, y de aquí surge este concepto de puesta en escena como la articulación de todos los lenguajes. El teatro lo teatraliza todo, no al revés. Sólo el teatro contiene al teatro, por eso, la tarea del hacedor de teatro, o de los que hacemos teatro, yo digo, es crear mundos, no contar historias.
Continuará…
*Escritor y periodista
@DiegoEOsorno