Redacción/Zona Roja Cdmx.
Ciudad de México, a 6 de noviembre de 2023.- Para llegar a la Cueva de la Manitas, un abrigo rocoso enclavado en las estribaciones de la Sierra Madre del Sur, en la región de La Cañada, Oaxaca, hay que andar un largo trecho bajo un sol abrasante y, si es necesario, caerse de bruces para completar la experiencia y hacer que valga el esfuerzo de penetrar en ese santuario milenario, imponente, que alberga arte rupestre de hace 4,600 años y donde recientemente especialistas han encontrado evidencias de domesticación de plantas que abrieron el camino hacia la sedentarización de los grupos de cazadores recolectores hace varios milenios.
“El Economista” se interna por el escarpado terreno, de la mano de arqueólogos y especialistas del Instituto Nacional de Antropología Historia (INAH), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de la Universidad de Florencia (Italia), de la Fundación para la Reserva de la Biosfera Cuicatlán y de los generosos pobladores de la comunidad de Santiago Dominguillo, guardianes del imponente sitio que alberga las milenarias pinturas rupestres.
La arqueóloga Nelly Robles García, investigadora del INAH y directora del proyecto, nos invita a atestiguar la conclusión de la segunda temporada de excavación e investigación en la cueva, que realizan en dos frentes: el trabajo propiamente arqueológico que encabeza ella misma, con un equipo integrado por Miguel Ángel Galván Benítez, Guadalupe Damián López, Francisco Grijalba Álvarez, Kevin Soriano y Leví Vázquez, y las labores de estudio y conservación del arte rupestre, apoyadas en el expertise de la maestra Lilia Rivero Weber, conservadora de bienes culturales e investigadora de la UNAM y del químico Rodorico Giorgi, investigador de la Universidad de Florencia, quien ha quedado maravillado por lo imponente de la gruta. “Entrar en esta cueva me deja sin palabras, es impresionante ver todas estas manos sobre un cielo, además en muy buen estado de conservación”, dice.
La Cueva de las Manitas es una de las razones por las que la UNESCO reconoció el valor universal excepcional del Valle de Tehuacán–Cuicatlán y lo declaró Bien Mixto Patrimonio de la Humanidad en 2018, «hábitat originario de Mesoamérica», señala la doctora Nelly Robles al entrar a la gruta.
“Recientemente hemos estado haciendo trabajos arqueológicos con el objetivo de investigar las diferentes ocupaciones humanas que ha tenido esta cueva, que es muy conocida por la cantidad de arte rupestre que tiene en sus muros, lo que la hace única en el sur de México, por lo menos, donde los primeros pobladores plasmaron representaciones de los orígenes de sus culturas”, agrega.
Lo primero que impresiona al llegar son sus dimensiones: “la boca del recinto tiene 37 metros de largo y 18 metros de profundidad”, precisa la arqueóloga. “Es una sola formación rocosa, una cueva muy antigua, de millones de años, que fue utilizada primero por grupos de cazadores recolectores, que hicieron mucha experimentación con los orígenes de la agricultura y, en concreto, con la domesticación del maíz, de acuerdo con las evidencias que tenemos, que datan de 4,600 años”.
“Tenemos la suerte de que el piso de la cueva es muy seco y los elementos orgánicos se conservaron muy bien, por eso tenemos la oportunidad de analizar absolutamente todo. Hemos encontrado semillas de chile, calabaza, frijol, tomate y otras especies que todavía no sabemos; mazorcas muy pequeñas de maíz y otras de hasta 11 centímetros; maguey masticado y escupido. Hemos encontrado muchos restos de comida, fogones, pero también elementos asociados a rituales y a la danza”, detalla Nelly Robles.
(Información de “El Economista”)