Néstor Y. Sánchez Islas.
No lo digo yo, lo dice la sabiduría popular y los ejemplos sobran. En menos de un mes tenemos en nuestra historia, esa que quiere cambiar este gobierno, dos fuertes incendios forestales. El primero en Ixtepeji, que acabó con viviendas y negocios, pero también con valiosa flora y fauna. Ahora tenemos uno en San Lucas Quiaviní, muy cerca de Tlacolula, con un saldo fatal de cinco comuneros muertos al momento.
Las imágenes y videos circulan por las redes, las redes sociales que el presidente bendijo y que ahora maldice. Son dramáticas y dicen mucho más que lo que a simple vista vemos. En uno de ellos, campesinas de Quiaviní lamentan el nulo apoyo del gobernador y le dicen: no necesitamos sus mensajes de aliento, queremos ayuda en equipo, gente y alimentos, pero hoy, no para mañana ni pasado, mientras tanto, sobre sus hombros, acarrean agua.
En otros vemos a los comuneros que suben a los cerros y montes a combatir directamente el fuego. Son lamentables sus condiciones. Acuden al llamado con lo que traen puesto. Carecen de equipo de seguridad: ni ropa de alta visibilidad, ni casco, ni cantimplora, ni paliacates, ni lentes de protección, ni guantes, botas apropiadas: nada. Supongo que también carecen de capacitación técnica sobre seguridad personal en el combate de incendios forestales. Con su vida, cinco comuneros han pagado la indolencia del gobierno, de este gobierno que trabaja sobre dos premisas básicas: las ocurrencias en las políticas públicas y la lambisconería o el servilismo antes que la capacidad para ocupar un alto puesto.
En aquellos años del enemigo público número uno de “la transformación”, el sexenio de Felipe Calderón, hubo un interesante programa que equipaba a los comuneros, y los capacitaba, para el combate a los incendios en sus bosques. Lo manejó Conafor y, cada año les depositaba a las comunidades para que ellos compraran sus equipos. A la llegada de Peña Nieto se le ocurrió acabar con el programa para ahorrarse unos pesos, pero no implementó otro. Disque porque los comuneros abusaban del dinero y desviaban alguna parte, o pedían moche o, de plano, se iban a los tugurios a emborracharse. En parte fue cierto, pero hubo los candados que, al final, obligaron a los comuneros a cumplir. Los montos entregados por comunidad eran en promedio de los 50 a los 70 mil pesos, muchísimo menos de lo que un diputado se embolsa en una semana.
La eliminación de la entrega de apoyos a brigadas comunales contra incendios fue una ocurrencia y una movida del PRI para controlar desde la entonces Sagarpa todos los negocios que tuvieran que ver con el campo. Este gobierno, en cambio, usa el dinero que salvaría vidas para irse de acarreados y calendas al mitin de Claudia, abandonando al pueblo que dicen amar.
De los incendios nos vamos a la entrega de tinacos. Así es, desde el gobierno piensan que la solución al problema de la escasez del agua se arreglará regalando tinacos a su clientela electoral. La sequía no se debe a un problema de almacenamiento del agua, se debe a la ausencia de lluvias y a que los pozos se están secando. ¿A quién le sirve un tinaco si no tienen agua para llenarlo?
Las obras de infraestructura hidráulica no resultan atractivas para los políticos porque son obras que no se ven, van debajo de la tierra o dentro de las casas. Por ello mismo, porque no hay manera de tomarse la foto, no las impulsan ni les dedican el presupuesto necesario. Esta emergencia que padecemos debe ser la oportunidad para que las autoridades entiendan que podemos quedarnos sin la invisible Cortv, sin las inútiles pistas de hielo o sin las lujosas camionetas de los altos funcionarios, pero no podemos vivir sin agua.
Y la salud es otro ejemplo de ocurrencias que cuestan vidas. Fue, para el fallido gobierno federal, más urgente cancelar un programa de salud al que calificaron de neoliberal que atendía a más de 50 millones de mexicanos, el Seguro Popular, que comprar o producir suficientes vacunas o atender y entregar medicamentos a los enfermos de cáncer. La ocurrencia infantil de este gobierno estatal es la creación de sus “farmacias del bienestar”, un engendro que nada solucionará. De entrada, hay que cumplir un montón de requisitos burocráticos para ser atendido y recibir medicamentos“gratuitos”, y la atención médica que, como toda servicio que la burocracia otorga, será de muy mala calidad y mal modo.
A todo volumen anuncian el funcionamiento de tres farmacias, una cantidad ridícula para el tamaño de la población. Solo miren a su alrededor y vean cuantas farmacias del Dr. Simi tenemos en las cercanías y que no se dan abasto. Con tres locales y con un médico del gobierno pretenden saldar “la deuda histórica que se tiene con Oaxaca”. Es una burla. Ni saldarán la deuda ni cambiarán la historia, pero se justificará un presupuesto millonario y se mantendrá contenta a la clientela política. Este será otro sexenio fallido y de corrupción.