Adrián Ortiz Romero Cuevas*
Benjamín Robles Montoya encarna a la perfección tanto la trama como la moraleja de aquella fábula de la rana y el escorpión, que se le atribuye al fabulista griego Esopo.
Incapaz de ceder ante su propia naturaleza, hoy en día Robles representa la figura rupturista frente al sistema, que por veinte años le ha dado tantos dividendos políticos, y que hace cargar al grupo jarista con las consecuencias de su propia ambición por alcanzar el poder.
En efecto, la fábula aludida es más o menos así: un día, un escorpión le pidió a una rana subir en su lomo para cruzar un río. La rana preguntó que qué garantía tendría de que el arácnido no le picaría en el camino hacia la otra orilla. El escorpión respondió: —porque haría que ambos nos ahogáramos. La rana aceptó; pero a la mitad del río, el escorpión picó al anfibio. Cuando la rana le preguntó “¿por qué lo hiciste?, si los dos vamos a morir”; el escorpión respondió: —es mi naturaleza.
Las referencias son elocuentes. Robles llegó a Oaxaca de la mano de Gabino Cué, desde aquellos lejanos años (2001) en que la pugna entre el entonces gobernador José Murat y su antecesor Diódoro Carrasco llegó al punto de dirimirse en la arena electoral de la capital oaxaqueña. Cué, funcionario influyente en el gobierno diodorista y luego en la Secretaría de Gobernación en la recta final del zedillismo, regresaba a la entidad respaldado por el Grupo Oaxaca (Jesús Martínez Álvarez, Ericel Gómez Nucamendi y un grupo amplio de opositores a Murat, refugiados en un partido de reciente creación denominado Convergencia por la Democracia) para disputarle la alcaldía citadina al priismo muratista.
Cué trajo a un solo externo para enfrentar a José Murat: el ¿michoacano? Benjamín Robles Montoya, a quien nombró representante de una asociación civil denominada Movimiento Ciudadano por Oaxaca, y que de inmediato se convirtió en su principal operador político.
Así se hicieron en 2001 de la Presidencia Municipal de la capital. Y desde esa supuesta trinchera ciudadana construyó parte de la plataforma sobre la cual descansó la primera candidatura de Cué a la gubernatura en 2004. Derrotado en esa primera ocasión, dos años después —en la primera candidatura presidencial de AMLO— Cué fue electo Senador por el PRD, en una fórmula en la que era acompañado por el ahora gobernador Salomón Jara Cruz.
Robles fue de los que se mantuvo en la esquina opositora. El michoacano carecía de la estatura y el capital político como para ofrecerle algo al gobernador Ulises Ruiz, y éste tampoco tuvo interés ni necesidad en pactar con la oposición local, luego de sobrevivir al movimiento y a la revuelta magisterial de 2006. Los arreglos del ulisismo fueron en otras arenas y en otros círculos a los que aún no pertenecía Robles, que no pasaba de ser uno de los operadores locales de Cué.
Así llegó la sucesión de 2010 en Oaxaca, en la que Cué arrasó al priismo como candidato de una coalición integrada por el PAN, PRD, PT y Convergencia. A partir de entonces, Robles saltó de la operación electoral a las intentonas por el control del gobierno.
Ya como funcionario, desconoció y maltrató a los antiguos mentores de Cué —como Martínez Álvarez, y otros de sus antiguos impulsores y aliados— y se encaramó en el poder hasta lograr presionar al gobernador Cué para designarlo como candidato al Senado. El efecto AMLO sumado a la aceptación que tuvo Cué durante casi todo su mandato como gobernador, llevó a Robles al Senado. Pero desde ahí, como el escorpión, decidió traicionar a quien lo había llevado hasta esa posición por no lograr que Cué cediera nuevamente en otorgarle su propia sucesión.
Robles, por su ambición de ser candidato a Gobernador, rompió la unidad en el gabinismo y se llevó 12 puntos porcentuales al PT con los que él, o José Antonio Estefan Garfias, juntos, habrían podido derrotar fácilmente a Alejandro Murat. Sobre él pesó la sospecha del pacto con el muratismo para dividir la votación y beneficiar al priismo. A partir de entonces, Robles se adueñó del membrete petista, y lo convirtió en un coto familiar, todos subidos en el carro obradorista. Él, su esposa y sus cercanos se hicieron de candidaturas. Y así llegaron al 2022, ahora sí respaldando —de dientes para fuera— a Salomón Jara Cruz.
EPITAFIO
Con el arribo del jarismo al poder, Robles quería posiciones en el gobierno y espacios, que no le fueron concedidos. En el pecado, Salomón Jara, llevó la penitencia. En su momento aceptó al benjaminismo convencido de su necesidad de sumar puntos. Pero ahora es uno más de los traicionados por esa persona que ha demostrado que su mejor situación, es vivir en la ruta de colisión con el poder en turno.
*Abogado y periodista.
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