Néstor Y. Sánchez Islas.
Para quienes siguen soñando que el turismo es la perfecta industria sin chimeneas, un viejo paradigma de hace cincuenta años, la promoción del turismo masivo sigue siendo la solución a nuestros problemas, lo que es absolutamente falso porque, por un lado, los beneficios de ese modelo de turismo depredador se concentran en unas pocas manos, pero lo pagamos todos y, por el otro, el medio ambiente y la infraestructura urbana colapsan a su paso.
El turismo masivo, un fenómeno que ha ganado prominencia global en las últimas décadas, plantea una paradoja: por un lado, genera oportunidades económicas significativas para destinos populares; por otro, conlleva consecuencias sociales, culturales y medioambientales de gran calado.
La turistificación de nuestra economía fue el camino fácil que siguieron los gobiernos del pasado dada la riqueza cultural que poseemos. Fue más fácil explotar este lado de nuestra personalidad que educar para crear pilares económicos que nos dieran los ingresos que necesitamos a través de otros modelos económicos de crecimiento. La enorme cantidad de ambulantes en el centro, la gentrificación y la gourmetización son consecuencias directas de la promoción sin freno al turismo masivo del que ahora somos totalmente dependientes.
Para quienes están al frente de las instituciones de turismo el éxito de su gestión se mide en calendas, convites y con miles de gentes por las calles sin tomar en cuenta el impacto ambiental y sociocultural que su falta de visión provoca. Cada calenda y convite deja toneladas de basura su paso y colapsa las calles en detrimento de la vida de terceros que nada tenemos que ver con sus proyectos políticos con cargo al erario.
El modelo económico basado en el turismo masivo tiene un profundo impacto ambiental. El transporte de alimentos desde otras partes del país para sostener esta enorme población flotante o la explotación de los mantos acuíferos para satisfacer sus necesidades son ejemplos directos del colapso del medio ambiente. Traer agua y alimentos desde tan lejos tiene un enorme costo, pero también lo tiene manejar las aguas residuales y toneladas de basura que diariamente se deben sacar de la ciudad.
El daño al patrimonio edificado es evidente, aunque no lo provoquen directamente los turistas sino el ambulantaje y los bazares que invaden las calles citadinas. La voracidad política y la manipulación y chantaje social son producto directo del turismo masivo que aplican quienes aprovechan las temporadas vacacionales para extorsionar. La Plaza de la Danza y sus escaleras, el Llano, la Alameda, el Zócalo, el Jardín Labastida o el andador turístico son ejemplo de la privatización del espacio público a manos de pillos metidos a ambulantes.
Este modelo de turismo masivo y de bodas si bien provoca derrama económica coyuntural tiene un impacto profundo en lo social y cultural puesto que las tradiciones de origen religioso que les dieron origen con un sentido espiritual se usan y explotan para darle gusto a un turista que poco le importa la identidad cultural que no puede ver más allá del sentido lúdico que le otorga. Para nosotros es tradición y cultural, para ellos se trata solo de diversión: a esto se le conoce como pérdida de identidad.
¿Qué pasa con los ingresos del turismo? La gran mayoría quedan en manos de grandes operadores turísticos que no están en Oaxaca. Lo que se distribuye a través de salarios y propinas es solo una parte que no compensa los efectos nocivos de la turistificación, la gentrificación y la gourmetización de los alimentos. Si bien el gobierno se esmera con los pocos recursos que le quedan después de atender a sus sindicatos en mantener en condiciones aceptables el centro de la ciudad, las zonas de la periferia están en el abandono.
Ante estos desafíos, es necesario replantear el modelo de turismo masivo y promover alternativas sostenibles. El turismo responsable, que prioriza la conservación del medio ambiente y el respeto por las culturas locales es totalmente viable en Oaxaca. Iniciativas como limitar el número de visitantes, implementar impuestos ecológicos y fomentar la educación ambiental pueden mitigar los impactos negativos del turismo masivo. Un impuesto ecológico al turismo podría proporcionar los recursos para regenerar la cuenca del río Atoyac.
Otra opción es el turismo vivencial como una modalidad que busca sumergir al viajero en la vida cotidiana de las comunidades locales, permitiéndole participar en actividades tradicionales, culturales y sociales.
Viene un cambio profundo en la actividad turística. Oaxaca dejará de ser ciudad de destino para convertirse en solo ciudad de paso para el turismo que preferirá irse a las playas por las nuevas carreteras. Dada la dependencia citadina del turismo masivo me pregunto cuáles son los planes y estrategias para transitar por este cambio de paradigma.
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