Néstor Y. Sánchez Islas
A la memoria de Miguel Herrera López y con un fuerte abrazo para su familia.
Con la fortaleza que le proporciona el profundo resentimiento con el que gobierna, el presidente de la república publicó la mal llamada reforma electoral, el Plan B, diseñado perversamente para desmembrar al INE y provocar con ello una regresión democrática propia de los años dorados del nacionalismo revolucionario del viejo PRI.
El desmembramiento del INE les permitirá ahora a los funcionarios públicos y políticos hacer campaña de forma anticipada mientras ejercen sus funciones.
El Instituto electoral no podrá castigar a los que cometan faltas a la ley, cuando mucho solo podrán aplicarles una multa y, en ningún caso, retirarles una candidatura, como lo fue el caso de Salgado Macedonio por su deshonroso pasado.
Le quita personal al INE, pero le deja las mismas tareas, lo que es humanamente imposible realizar. Lo más grave será que el padrón electoral, nuestros datos personales, serán operado desde las oficinas del gobierno con el riesgo para nuestra seguridad que ello significa.
Destruye instituciones respaldado por en su popularidad, que deviene del uso a conveniencia que hace de su autoproclamada militancia de izquierda que le otorga una falsa la superioridad moral con que pretende erigirse como el faro de la nación.
Pero el presidente no es un hombre de izquierda ni un demócrata. Posee algunas rasgos del viejo estalinismo que lo hacen cercano a Cuba y su régimen, pero más bien es un viejo populista y nacionalista revolucionario.
Llegó al poder por la vía democrática, pero esto no lo convierte en un demócrata y la demolición del INE lo demuestra.
La izquierda idealista y progresista del primer tercio del siglo pasado evolucionó y se convirtió en la actual social democracia. En ella milita ahora el ánimo democrático, la búsqueda de la justicia y la igualdad, la equidad y la libertad. Las democracias liberales son el resultado del progresismo real que necesitamos en México.
Por su parte, la historia nos enseña con crudeza la verdad en lo que se convirtió la izquierda en que milita el presidente y su equipo de cercanos en el poder: militarista y totalitaria. Todos los regímenes surgidos así están sostenidos por el poder de las armas y la corrupción de sus ejércitos.
Sus propuestas de campaña se basaron en encabezar la lucha contra la pobreza y lo más que ha logrado es en dejar a los pobres sin cabeza.
Las ayudas sociales que entrega no reponen lo que les quitó a las madres solteras, a las escuelas de tiempo completo, a los hospitales desvencijados y la falta de vacunas y medicamentos oncológicos. La realidad es mas fuerte que sus falsos ideales morales.
La destrucción del Instituto electoral ha trascendido a los medios internacionales, que ven con alarma la deriva autoritaria del presidente, a quien exhiben sin la máscara con la que oculta su despotismo y su ácida intolerancia ideológica.
No sabe negociar, lo suyo es la imposición de su voluntad; la ruina del país si fuera necesario para demostrar que él manda.
Al presidente le gusta dictar clases de historia. No le importa el futuro, lo suyo es manipular el pasado para restaurar las viejas glorias populistas y autoritarias de los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana.
No entiende que la modernidad, el progreso científico y tecnológico y la globalización llegaron para quedarse, no entiende al siglo XXI. Sus obras faraónicas vienen de sus sueños de juventud de los años 60 del siglo pasado.
Detesta el presidente toda postura crítica, repudia a los intelectuales, a los médicos, a los abogados, a los jueces, a los empresarios y las clases medias, pero se rodea de toda clase de oportunistas y aventureros para hacer politiquería, aprovechando las herramientas democráticas construidas por la sociedad civil.
Desean el poder, pero no para buscar la mejoría del país, sino para quedarse con el poder eternamente. Esa es la razón de sus furibundos ataques al órgano electoral.
Si por un lado nos encaminamos a una crisis poselectoral a partir de ahora, también carecemos de opciones claras. Por un lado, una derecha lejana a la gente y una izquierda populista y autoritaria.
Esas son las opciones al día de hoy y, por ello mismo, rechazamos la injerencia de partidos políticos en las dos enormes marchas ciudadanas que hemos protagonizado en defensa de nuestras libertades.
Más que el resentimiento debería ser la serenidad el verdadero motor de la búsqueda de la justicia social. La destrucción del INE muestra claramente cual es la intención del obradorismo: permanecer en el poder por el poder mismo.
La defensa de la democracia y de nuestras libertades son el motivo para la defensa de la institución electoral. Ahora es el turno de la Suprema Corte, otra institución bajo ataque del populista. Ante nuestros ojos se están demoliendo las instituciones del país para dar paso el gobierno de un solo hombre: el totalitarismo mesiánico.
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