Diego Enrique Osorno*
El dramaturgo asegura que Harris, autor de Hannibal, es “víctima de su éxito” y lo que toca se vuelve una mina de oro en el mercado; aunque reconoce en sus obras un “altísimo grado de calidad”, sostiene, tuvo que hacer concesiones que le duelen
Al explicar la forma en que se convirtió primero en periodista y luego en escritor, Thomas Harris se remite a su infancia. Como la televisión aún no había llegado al pueblo del sur de Estados Unidos donde nació, los porches de las casas eran espacios de reunión en los que la gente se sentaba a contar historias para entretenerse, por lo que algo sumamente apreciado en aquellos años era la habilidad de narrar.
Harris creció en ese mundo y cuando tenía alrededor de 10 años de edad tuvo una especie de epifanía. Por entonces pagaba su almuerzo recogiendo mesas en la cafetería de la escuela rural donde estudiaba. Al terminar su trabajo, el recreo ya había acabado, por lo que nunca tenía oportunidad de jugar con sus demás compañeros.
Una vez, estando en una mesa con otros niños, se le ocurrió relatarles la crisis que estaba viviendo un submarino en el Pacífico Sur, el cual se había quedado varado en el fondo del océano, con las paredes venciéndose mientras los marineros a bordo buscaban la forma de sobrevivir ante el acumulamiento de agua que poco a poco iba subiendo por sus cuerpos hasta acercárseles a la nariz… En ese momento de su narración, Harris tuvo que parar ya que tenía que ponerse a levantar las mesas de la cafetería. Intrigados, sus compañeros le pidieron que se quedara a contarles cómo terminaba la historia, pero Harris les dijo que tenía que cumplir su faena.
—¿Y si te ayudamos a levantar las mesas, nos cuentas? —preguntó uno.
Harris asintió y entre todos levantaron las mesas en un santiamén. Harris cuenta que esa vez tuvo tiempo de jugar un rato antes de volver a clase.
“Una pequeña maldita luz me quedó impresa en el cerebro: Que cuando narres, el agua tiene que llegar hasta la nariz, porque si nada más llega hasta el pecho, te abandonan”, reflexionó el escritor casi 60 años después.
—He ahí la intuición maravillosa de lo que es la esencia de lo que llamamos lo dramático. Eso es lo dramático —sentencia Luis de Tavira al comentar la anécdota.
Y es también el enorme resorte de un drama, que es lo que llamamos hoy suspense. Este momento del no conocer en qué termina, ahí, cuando ha llegado a ese punto es cuando el agua esté hasta la nariz, ahí yo ya no puedo renunciar a la narración, ya no puedo renunciar a saber, ya caí redondito en la seducción del narrador. Ese momento me parece prodigioso.
Luego, en otra parte de la entrevista, narra el descubrimiento del sustrato mayor de eso que es la obra central de un creador de ficción: el personaje, y que desde luego encuentra, tal como él lo cuenta, en su labor de periodista, en el penal del Topo Chico en Monterrey.
Harris relata que ya estaba él en Waco, Texas, fungiendo como reportero policial y lo habían enviado a la cárcel de Nuevo León a entrevistar a un americano, Dykes Askew Simmons, al que le había dado un balazo un guardia (guardia al que además Simmons había dado un dinero para que lo ayudara a escapar, pero el guardia le da un balazo y además le roba el dinero), en fin, el pobre hombre estaba ahí y Harris fue a averiguar lo que había pasado, sin embargo, ahí se encontró a un doctor que lo salvó.
Entonces, la primera noticia que tiene Harris es la de un doctor que salvó a Simmons, y ese dato se le quedó. Luego, en otro momento, el director del penal lo está llevando por un recorrido y entonces ve un consultorio dentro de una celda donde está ese doctor que había salvado a Simmons y que estaba atendiendo a una cola de gente pobre que acude a la consulta al penal, y que es gratuita… y entonces, este es el doctor que salvó a Simmons. Harris se acerca y le pregunta por Simmons. Lo que le impresiona a Harris es que el doctor era un hombre muy, muy, pero muy inteligente, y tenía algo que él dice “gravity”… peso, contundencia, algo que quizás escape al calificativo… y luego dice que era muy cortés y muy ágil. Esa es la impresión que tiene y ahí hay una impresión no traducible en palabras, sino justamente en la búsqueda de palabras.
He aquí entonces una asignatura a discernir: ¿qué es esto que me impresiona de este hombre?
Y esto va a ser rematado luego con lo que pasa inmediatamente después que continúa la visita con el director del penal. Ya camino de salida, Harris le pregunta muy intrigado al director, si el doctor que acaba de ver viene todos los días a la cárcel a atender a los enfermos, pero el director se le queda mirando y le dice: “¿Cómo?, ¿no sabe quién es? Aquí le decimos El Hombre Lobo de Nuevo León”.
Y ahí lo deja preguntándose, ¿cómo?, ¿aquí se acaba todo esto?
No, así es como empiezan los libros….
Nadie sabía ni tenía la más mínima sospecha de que el doctor Ballí había inspirado la creación de Hannibal Lecter… entrando al terreno de la especulación, ¿por qué cree usted que Thomas Harris, 25 años después de publicar El dragón rojo, decide revelar esta anécdota?
Yo creo que porque está profundamente insatisfecho. La insatisfacción es el dinamismo del creador. Es curioso como en la primera novela, Dragón rojo, el personaje es como una sombra que aparece de pronto al final, pero después, en El silencio de los corderos, ya se vuelve el personaje casi protagónico, —aunque más bien lo es Clarice y él es el antagónico— hasta llegar a lo de Hannibal, que ya parece que ahí empieza a haber un delirio y el personaje se le está escapando.
En la última novela de la saga sobre el origen lo lleva a Lituania. ¡Ahí yo pienso que ya se le escapó! Algo que era profundamente poderoso en la medida de enigmático y que tiene que ver, sobre todo en un caso como el de Harris, con la tarea creadora que se da en la interlocución, y en una interlocución presente, que no es lo que le sucede a otros autores, como Kafka, que jamás supo que lo habían leído. ¡Harris es best seller inmediatamente! Él sabe que tiene una respuesta y luego el cine y luego la comercialización, y yo siento que él es consciente y le duele lo que ha sucedido con su obra, al ser tocada por Hollywood y por esa otra forma de mercado que se llama best seller y que es un hostigamiento brutal para un poeta sincero, pero él está ahí, en la interlocución.
El diablo del delirio hace su aparición…
Sí, Harris cuenta que el día que le anunciaron que su libro era un best seller, lo primero que hizo fue ir a comprarle una camioneta a su papá. Esto es conmovedor, pero ahí estamos viviendo la naturaleza de la interlocución. Diríamos, con un lugar común, que Harris es víctima de su éxito y lo que toca se vuelve una mina de oro en el mercado, porque no nada más en las películas, también en los libros es un best seller. Y lo es teniendo un altísimo grado de calidad, pero también tiene que hacer muchas concesiones, algunas de las cuales al llegar al cine son verdaderas traiciones, y yo siento que le duelen.
¿Y la revelación de Ballí es una especie de rebeldía?
Llegar a la confidencia de la historia secreta, porque tuvo que ser una historia secreta, guardada como se guarda un tesoro escondido, la de su encuentro con el Hombre Lobo de Nuevo León, en donde de alguna manera revela el detonante de una veta profundísima que lo ha hecho caminar muchísimo y, que tengo la impresión, que lo mantiene insatisfecho, es decir: no se ha respondido a todas las preguntas que ese encuentro le produjo.
Yo creo que tiene las preguntas abiertas y no se resigna. Lo que no quiere decir que no siga activo en la interlocución, aunque ha tenido ya espacios largos de silencio editorial, pero ahí está. Yo creo que lo que el éxito hizo con su aproximación a este poderoso enigma, que es el doctor Ballí, no está contestado: fue pródigo, generoso, pero también lo hizo extraviarse. El personaje de Ballí es un laberinto y Harris se perdió ahí.
* Escritor y periodista.
@DiegoEOsorno.