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Opinión. Mi reino secreto

por Agencia Zona Roja

Flavio Sosa Villavicencio*

Tomo de la mano —o más bien del mandil— a mi abuela paterna y me conduce, como quien abre un portal, hacia los mercados de Veinte de noviembre y Benito Juárez.

Aún no existía la Central de Abastos, y los pasillos de esos dos mercados eran mi reino secreto.

El sábado era un premio: pasear entre aromas que cerraban mis ojos y abrían mi alma.

Los olores me enseñaban a imaginar. Adivinaba frutas, hierbas, moles.

Ella endulzaba mi travesía con un brebaje que rozaba lo mágico: el esquimo.

En la refresquería Veracruz —justo donde se besan las calles de Flores Magón y Las Casas—,

unas máquinas giraban como relojes del futuro, espumando el chocolate que me hablaba en lengua antigua.

Pienso que mi abuela jamás supo que Neruda escribiría: “México está en los mercados”.

Y es verdad. México no canta solo en los clichés del cine;

México vibra en el aire tibio del pasillo del humo,

ahí donde regresé hoy, como quien camina un sueño antiguo.

Pensé primero en ella, mi abuela Celestina, después en mi madre, Irene.

Y en ese hilo invisible que las une a mí, tejí la memoria como Rodolfo Morales pinta la suya:

con mujeres que caminan por los tejados como si fueran recuerdos con cuerpo,

con mercados suspendidos en la bruma del color,

y árboles que parecen guardar secretos entre sus ramas.

En su libro ‘Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos’, el italiano Giorgio Vasari nos cuenta que Giotto fue descubierto por Cimabue mientras dibujaba ovejas de su rebaño pastando en el campo. Recurro a Vasari porque es él quien en dicho libro menciona que todos los pintores tienen una deuda con la naturaleza. En el caso de Rodolfo Morales, el pintor oaxaqueño, su deuda es también con la comunidad de Ocotlán de Morelos, Oaxaca. Pero más que una deuda, el pintor tiene una visión que se nutre de aquello que ve, que respira, que escucha mientras acompaña a su madre, mientras se esconde en las mesas, mientras camina y recorre las calles del pueblo mirando esas nubes que parecen cúmulos de piedras muy blancas y gigantescas. En Oaxaca es la luz lo que nos incita a vivir en otro tiempo. En un tiempo cuya influencia tiene que ver con el calor, los árboles y sí, la luz. Miguel Cabrera, el otro pintor de ángeles, pudo ser influencia para Rodolfo Morales. Pero los ángeles de Miguel Cabrera intentan representar las virtudes a través de la belleza y la perfección. Los ángeles de Morales, el pintor de Ocotlán, tienen que ver con la gentileza y la alegría de quienes viven en comunidad.

En su cuadro El duelo, Morales no retrata solo una escena oaxaqueña, retrata un rito: de nuevo las mujeres ocupan el centro. Retrata las inquietudes estilísticas de Rodolfo Morales. 

Lo onírico simbólico la mirada del pintor ante la muerte y la memoria colectiva.

Arcos y mujeres que sostienen al mundo.

Así recuerdo a mi abuela. Así recuerdo a mi madre.

Como figuras que caminan por el fondo de mi propia pintura interior.

Y en medio de todo, la oración que me enseñaron ambas —una súplica susurrada a un ángel—se alza como un hilo de luz que todavía repito, ojos cerrados, cuando quiero regresar.

*Activista social y titular de la Secretaría de las Culturas de Oaxaca.

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