Néstor Y. Sánchez Islas
Pues no, no fueron ni Flor de Piña ni la Danza de la Pluma las principales protagonistas de las fiestas de los Lunes del Cerro. La verdadera estrella de la Guelaguetza fue la danza de los billetes que se gastaron a manos llenas en apenas dos semanas de festejos.
“Solo” fueron 162 millones, de los cuales, para poner sonido y servicios de transporte, destinaron 45.
Resulta escandaloso el monto pagado para tres conciertos callejeros supuestamente gratuitos. El gobierno dice que, en promedio, en cada uno participaron 15 mil personas, lo que da un total de 45 almas que bailaron, pero no gratis, puesto que cada uno de ellos le costó al erario un promedio de $500 por cabeza, claro, sin contar el espacio VIP reservado para los “appo-burgueses”.
En promedio y por diez días de fiesta continua, el gobierno se gastó de lo que le pagamos por tenencias, licencias, catastro y otros impuestos la suma de 16 millones diarios. Pero no les es suficiente; ya buscan un tercer Lunes del Cerro.
Existe una molestia generalizada por el gasto y las redes se llenan de repudio. Si bien es cierto que el gobierno tiene la obligación de sufragar la Guelaguetza porque la difusión de la cultura es una de sus obligaciones, también es cierto que el dedo en la llaga, el verdadero enojo social, está en analizar a quiénes les otorgaron los contratos y los evidentes sobreprecios pagados, lo que hace suponer que una parte de las abultadas facturas serán para los moches.
A estos excesos hay que agregar la gran cantidad de gorrones que en cada festejo aparecen. Desde invitados especiales a los que hay que atender a cuerpo de rey, hasta funcionarios, diputados o senadores que, de gorra, llevan a familiares y amigos al auditorio ocupando los mejores lugares y acaparando los obsequios de las delegaciones.
Queriendo distraer al respetable, el gobierno se lanza contra la empresa Adidas por el supuesto plagio de unos huaraches y se rasgan las vestiduras en defensa de un patrimonio cultural que ellos mismos denigran al comercializar nuestra cultura más que el propio Murat.
En este asunto ya también salieron artesanos de Michoacán para reclamar la autoría, lo que le quita legitimidad a la demanda oaxaqueña. De verdad que el tema no son los huaraches Adidas, sino el despilfarro con el pretexto de las fiestas de los Lunes del Cerro.
La 4T y sus propagandistas pusieron de moda y en boca de todos palabras o frases tales como clasismo, racismo, exclusión o apropiación cultural de tal manera que todos la emplean. La usan los mezcaleros para acusar que los de Aguascalientes se apropiaron del mezcal sin pensar que el mezcal es más de ellos que de Oaxaca.
Desde la secretaría de turismo le rinden homenaje a los “alebrijes” colocando unos supuestos nahuales gigantes en el andador turístico. Pues los alebrijes son chilangos y así los reconoce la ley y, los nahuales, no son exclusivos de la cosmovisión zapoteca sino de toda Mesoamérica.
En pocas palabras, todos alzan la voz alegando apropiación cultural sin importar que sea verdad o no puesto que solo tratan de victimizarse para distraer la atención sobre el escandaloso gasto para la Guelaguetza.
Y no parará ahí, ya vienen las fiestas de muertos y lescaerán como anillo al dedo para justificar tianguis, ferias, calendas, papel picado, gorrones y demás gastos inflados. Solo para recordar, los ahora desfiles de muertos no fueron idea ni siquiera de mexicanos sino de guionistas de Hollywood que los inventaron para una película de James Bond, el agente 007.
En Oaxaca simplemente los copiaron y, detrás del colorido y ruidoso borlote de las calendas tratan de ocultar su mediocridad creativa para construir cultura propia, pero no así para servirse del erario con la cuchara grande.
Es notorio que quienes se asumen como defensores de lo indígena son quienes más uso comercial quieren darles, usándolos con fines políticos, legitimadores y pretexto para el despilfarro.
Si bien es cierto que la Guelaguetza no tiene fines recaudatorios directos para el gobierno, también es cierto que las festividades tradicionales tampoco deben ser el vehículo tanto para justificar el derroche como para ocultar el fracaso de un gobierno al que la gente quiere someter a la revocación de mandato en próximas fechas.
No será con calendas por toda la ciudad como se demuestre que nuestro estado avanza, que los hospitales tienen medicamentos, que los niños con cáncer reciben atención, que los grupos criminales están bajo control o que disminuye la impunidad de la clase gobernante.
Por un lado, el gobierno promueve el turismo masivo que provoca la pérdida de la identidad cultural y, por el otro, como farol de la calle, sale a apropiarse y defender unos huaraches que son comunes a todo México. Son especialistas en crear distractores y victimizarse.
