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Opinión. Oaxaca y sus devociones de diciembre

por Agencia Zona Roja

Néstor Y. Sánchez Islas.

En Oaxaca, diciembre no comienza con el estruendo de las posadas ni con el bullicio de los mercados navideños, sino con el murmullo constante de miles de pasos que avanzan por carreteras, senderos y calles rumbo a un destino común: Santa Catarina Juquila. Es la primera señal de que el mes estará marcado por un arco espiritual único en el país, construido alrededor de tres advocaciones marianas que la ciudad y nuestroestado celebran con una devoción que atraviesa clases sociales, historias personales y tradiciones comunitarias.

El 8 de diciembre es para Nuestra Señora de Juquila, el 12 para la Virgen de Guadalupe y el 18 para la Virgen de la Soledad, patrona de Oaxaca, nuestra capital. Tres fechas que no solo ordenan el calendario religioso, sino que revelan distintas formas de vivir la fe y de interpretar la figura materna de María.

Quien vive en Oaxaca sabe que la fiesta de Juquila no se limita al santuario serrano. La ciudad misma se convierte en un punto de paso para peregrinos que llegan desde la Costa, la Mixteca, los Valles Centrales o incluso otros estados. A diferencia de otras advocaciones, el acto central de la devoción juquileña no es el templo, sino el camino. Caminar hacia Juquila, aunque solo sea un tramo simbólico desde la ciudad, es parte esencial del rito: un ejercicio de resistencia, agradecimiento y petición.

La feligresía juquileña posee un perfil particular. Predominan jóvenes, trabajadores informales, comerciantes, campesinos, familias completas que viajan en bicicleta o en grupos comunitarios. La devoción a Juquila tiene algo profundamente popular y horizontal: convoca a quienes buscan cumplir una promesa o renovar su fortaleza personal. Su tono no es solemne, sino íntimo; no es silencioso, pero tampoco estridente. Es un fervor que se vive a través del cuerpo y del esfuerzo.

Cuatro días después, Oaxaca se suma a la fiesta más extendida del país. Si Juquila une a través del esfuerzo, la Virgen de Guadalupe une a través del reconocimiento común. No importa si llega uno a pie, en bicicleta, en moto, en autobús o solo para encender una veladora; la Guadalupana convoca a quienes se identifican como parte de un país y de una tradición compartida.

La feligresía guadalupana es quizá la más diversa de las tres. Aglutina a quienes participan activamente en la Iglesia, pero también a quienes solo se acercan una vez

al año. Es una devoción que trasciende lo religioso para convertirse en un acto identitario, un lenguaje común entre personas de orígenes muy distintos.

En Oaxaca, la Guadalupana funciona como un puente entre mundos: lo local y lo nacional, lo indígena y lo mestizo, lo íntimo y lo colectivo. Su fiesta es una celebración que no excluye; es un espacio donde se puede llegar con poco, con mucho o con nada, y aun así sentirse parte de un movimiento mayor.

Y llega, finalmente, el 18 de diciembre, día de la Virgen de la Soledad, la patrona que da identidad y rostro espiritual a la ciudad de Oaxaca. En su santuario, uno de los templos más bellos e imponentes del estado, se respira un ambiente distinto al de las otras fiestas. Hay música, sí, y hay movimiento; pero lo que domina es un sentimiento de recogimiento, una solemnidad que parece detener el tiempo.

La imagen de la Soledad, vestida de luto, rodeada de flores blancas, iluminada por la penumbra dorada del templo, atrae a un tipo de devoto marcado por la introspección: familias tradicionales del centro, comerciantes que han pasado toda su vida bajo su mirada, mujeres y hombres que encuentran en ella consuelo ante pérdidas, dolores o incertidumbres. La Soledad es la Virgen del peso emocional, de la fortaleza silenciosa, de la dignidad frente a la adversidad.

En la ciudad, su fiesta se vive con una profunda sensación de pertenencia. Es la advocación que más directamente se asocia con Oaxaca como comunidad. Representa un vínculo histórico, cultural y afectivo que define a la capital más allá de las creencias individuales.

En Oaxaca, estas tres fiestas no compiten entre sí. Se complementan. Representan tres maneras distintas de llegar a la misma figura materna: Juquila, la del camino, convoca a quienes buscan fortaleza y cumplimiento. Guadalupe, la del encuentro nacional, reúne identidades diversas en una misma celebración.La Soledad, la del silencio profundo, ofrece refugio emocional y un sentido de pertenencia íntima a la ciudad. Cada una activa un tono distinto: esfuerzo, celebración, contemplación. Tres formas de mirar hacia uno mismo.

El peregrinar a Juquila es el primer milagro. El devoto deja de ser él y se convierte en un peregrino más, sin distinción de clase, que sufrirá el mismo cansancio, hambre o calor que los demás. En este peregrinar, es un devoto o promesante más en búsqueda de su redención.

néstoryuri@yahoo.com

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