Yuridiana Sosa/Zona Roja.
Oaxaca de Juárez, Oax., 24 de agosto de 2020.- Son las ocho de la mañana y Margarita está lista frente al monitor de la computadora. Es su primer día de clases en el nuevo ciclo educativo… pero desde casa.
Se levantó temprano, se arregló, desayunó y se acomodó en la silla y mesa de la casa. La emoción por ver a sus compañeros por unos instantes detrás de una pantalla, la motiva a empezar el ciclo escolar, en medio de una pandemia. Lejos de la escuela, lejos de todos.
Margarita se alistó para su primer día de cuarto grado; se vistió con su uniforme y moño preferido. Es la inocencia de una niña que trata de revivir por lo menos alguna experiencia común de un regreso a clases normal.
El bullicio del salón de clases quedó atrapado detrás de una pantalla, con voces entrecortadas por una mala conexión a internet, entre imágenes que van y vienen y con voces de mamás desesperadas por las fallas; algunas aún sin encontrar el enlace para ingresar, argumentan en el grupo de Whatsapp.
Es la hora de la cita programada por la institución privada, de la que sus padres hacen un esfuerzo titánico por pagar en tiempos de pandemia, suplicando que el cobro valga la pena en la calidad de clases por Google Meet.
La maestra aún no inicia y los saludos entre los niños alborotan la reunión on line.
–Niños bienvenidos, buenos días. Guardamos silencio para que podemos comenzar. Silencien sus micrófonos y en un momento comenzamos. Ahorita tendrán oportunidad de saludarse –dice la maestra en más de tres ocasiones. Como en el salón físico.
La euforia de los niños por verse retrasa el comienzo de la jornada, y luego de 20 minutos, algunas mamás siguen con problemas en la conexión.
–No veo a nadie, solo veo a mi hijo en la sala. Dice una mamá en el grupo de Whatsapp. De nuevo, las instrucciones para que ingrese. Por fin puede, y el grupo de 27 niños y niñas está completo.
Es una jornada normal, bajo circunstancias extraordinarias, de 08:00 a 14:00 horas de clases, con media hora de recreo, del que algunos aprovechan para nuevamente saludarse.
Margarita prefiere el desayuno, ir al baño, relajarse en lo que pueda y platicar con su mamá de cómo se siente en su inicio. Ahora su mamá se convierte en su amiga de recreo.
La mañana avanza a tropezones. Más de dos se han desconectado. La maestra repite instrucciones por los que no escucharon por el error en la red, que su caso también le juega algunos malos ratos a la docente.
Maestra, puede repetir. Maestra, no veo bien. Maestra, cómo dijo. Maestra voy al baño. Maestra se me cayó el borrador. Maestra se le rompió la punta a mi lápiz. Maestra…maestra…maestra…se escucha en la sesión como una cantaleta interminable.
–Chicos, ya me duele la garganta, por favor, apaguen sus micrófonos. Por favor, desactiven sus micrófonos. Repite una y otra vez la joven docente con más de 15 años en el ejercicio educativo.
Poco a poco los ánimos fueron cayendo. La desesperación alcanzó a Margarita por escuchar la desobediencia de sus compañeros, aunque se siente satisfecha por lograr sobrellevar su día.
Son las 14:00 horas, el primer día concluye, entre desesperación y alegrías. Es el primero de un ciclo escolar sin fecha para regresar de forma presencial.
Sin fecha para abrazar a los compañeros de la escuela y para brincar en el recreo, para comerse la torta juntos, para contar peripecias y experiencias de pandemia y el confinamiento. Sin fecha para una nueva normalidad.