Néstor Y. Sánchez Islas
La amenaza anual de apoderarse del zócalo en la modalidad de plantón está presente. El magisterio, quien siempre está insatisfecho con la vida misma, así lo ha dejado claro justificando su actuar en la visión que de ellos mismo tienen: combativos y proletarios. Sin embargo, los demás los vemos simplemente como flojos y conflictivos.
Vivimos tiempos en que la emoción es más importante que la razón. Por esto mismo, porque la gente se deja llevar más por sus emociones que por sus razones, ya no quiere verlos echados en la plancha del zócalo por semanas enteras: ya no siente empatía con sus “métodos” y mucho menos por las razones que nos dan quienes se asumen como proletarios en lucha.
Los estudiantes oaxaqueños a partir de mediados de los años 80 del siglo pasado no conocen otra clase de profesor que el estereotipo de rijoso y violento. Quienes debieron formarlos para mejorar su futuro no se han preocupado más que por ellos mismos que, deben reconocerlo, han mejorado en mucho su nivel salarial y prestaciones, pero no han respondido en la misma medida ante quienes están obligados.
Para descalificar a los profesores de hoy regresamos a los años en que los consideramos apóstoles, mártires o misioneros de la educación. En parte fue realidad, pero ni ahora ni antes los profesores han sido dóciles y la historia de la educación en México está llena de enfrentamientos por razones que van de lo ideológico a lo religioso, pasando por supuesto por lo económico y social.
Después de la Independencia la educación siguió las mismas directrices que en la Colonia. Fue a partir de Porfirio Díaz, apoyado en Justo Sierra, que se dieron los primeros intentos formales de educar a un pueblo analfabeto y de profesionalizar a los maestros con la creación de las escuelas Normales.
A partir de ese momento, aparece en escena, y va creciendo, la figura del maestro. Un maestro, por cierto, despreciado y desprestigiado a quien le pagaban sueldos miserables.
La inconformidad con su propia situación económica y social los orilló a sumarse a la revolución de 1910, como fue el caso del oaxaqueño Abraham Castellanos. No fue la panacea que esperaban, el desencanto con el régimen revolucionario llegaría en pocos años.
La imagen idealizada del maestro misionero nos viene del régimen de la Revolución. En los años de guerra entre 1910 y 1920 hubo algunas huelgas de profesores por falta de pago y problemas porque la federación los enviaba a los municipios, y éstos los regresaban de vuelta porque carecían del dinero para cubrir sus salarios.
Fue José Vasconcelos, a través de la recién creada Secretaría de Educación Pública en 1921 el primero que desarrolló una política educativa de Estado. Las características del México de los años 20 hicieron que el énfasis fuera puesto en las escuelas rurales puesto que el país era rural.
A Vasconcelos no solo le interesaban los saberes formales sino los oficios que los llevaran a mejorar sus vidas, salud y métodos de trabajo.
Fue la creación por parte de Vasconcelos de las “Misiones culturales” que dio inicio la creación, en el imaginario colectivo, de un maestro sufrido, estoico y celoso de su deber que, a pesar de las dificultades por falta de carreteras, por las distancias, del poco salario que recibían y de las largas semanas que debían estar lejos de su familia que se alimentó esa imagen santificada, misma que el régimen retroalimentó a través del cine como un excelente medio de propaganda.
Grandes actores del cine de oro mexicano participaron, como Domingo Soler o Cantinflas personificando sufridos papeles como profesores que, en la pantalla al menos, se preocupaban mucho más allá de la simple educación y se convertían en redentores sociales.
Vasconcelos dijo: “A falta de un maestro completo como el fraile que sabía cultivar un campo, aserrar y ensamblar una mesa, nosotros empezamos a mandar grupos de maestros: uno de artesanías, otro que enseñara a labrar la tierra y a forjar el hierro, otro que fuera un artista y pudiera inspirar en la población el gusto de la belleza, otro más para que incitara a la acción social y a la colaboración patriótica y otro, finalmente, para las primeras letras y las matemáticas. Y nació así el misionero de tipo moderno”.
El ánimo revolucionario duró algunas décadas y sirvió como acicate para maestros del siglo pasado. Los profesores oaxaqueños viven hoy circunstancia muy diferentes. Su amor por la pedagogía, su sentido de responsabilidad y del deber ha sido sustituido por la obtención de una plaza vitalicia, heredable además, que signifique la eterna manutención para él y su familia.
Los niños oaxaqueños no piden apóstoles de la educación, piden profesores profesionales y responsables. Viene el desarrollo del Corredor Interoceánico y llegarán empresas tecnológicas. Necesitarán habilidades y competencias para el mundo real y el reto de la inteligencia artificial más que ideologías caducadas.